Querido
Cristopher:
Por si la dirección
de correo te despista soy Miguel Angel, marido de Conchi, de Toledo. Te
escribo porque quería comentarte algunas cosas al respecto de tu última
carta desde la misión.
Hace ya tiempo
que venimos recibiendo tus cartas y nos han hecho mucho bien. Estar al tanto,
conocer, sintonizar con lo que estáis haciendo allí, ayudar en la medida de
lo posible, rezar... todo esto fortalece la conciencia de Iglesia y nos
despierta la certeza de ser un solo cuerpo y participar con vosotros en la
misión. Pero aún más importante pienso que es la acción transformadora que
produce en nosotros el conocimiento, la experiencia del sufrimiento que nos
transmitís. Porque, como leí una vez a la Madre Teresa, el sufrimiento está
en el mundo para liberar el amor.
Esta es la ayuda
que nosotros os pedimos a vosotros, que nos ayudéis a liberar el amor que está
preso en nosotros, en nuestro consumismo, nuestro nivel de vida, nuestro
capitalismo, nuestro egoismo, nuestro pecado. Quién ha conocido de cerca un
sufrimiento atroz y absurdo que superaba aparentemente sus fuerzas es el
único que sabe que es capaz de amar con un corazón nuevo que excedía sus
aparentes límitaciones. Amar con auténtica caridad, con un amor que no es
nuestro sino que nos es dado, amar a aquellos que más lo necesitan en medio
de situaciones espeluznantes, este es el ejercicio que nos salva.
Por esto
seguramente sufrió Roberta para que su sufrimiento resquebraje la dura
corteza de nuestro corazón. Por eso seguramente el mismo Cristo descendió a
los infiernos a visitar a los abandonados de Dios haciéndose uno de ellos
para salvarnos del pecado del mundo.
Háblanos, cuéntanos,
no te canses de hacerlo, pero hazlo como quién administra la medicina al
enfermo. Ellos necesitan pan porque mueren de hambre. Nosotros necesitamos
salvación porque estamos muertos.
No creo que sea
bueno reprochar y culpabilizar de un nivel de vida a aquellos que no son más
que otras víctimas de una estructura de pecado. Es como reprochar a un
drogadicto lo que se gasta en drogas. Sin duda la denuncia es necesaria y debe
hacerse pero las personas, la mayoría, no son más que víctimas del mismo
sistema que mata a unos lentamente de hambre y a otros rápidamente de
hartura. Culpabilizar a estos últimos del destino de los primeros es poner
sobre sus hombros una carga demasiado pesada que los puede aplastar, sólo
después de haber sido liberados podrán sobrellevar esa parte que sí les
corresponde.
Este es el
intercambio que se realiza dentro del cuerpo que es la Iglesia. Nosotros
recibimos el testimonio del sufrimiento de los pobres, nuestro corazón se
conmueve (se mueve con la caridad de Dios) y nos desprendemos de aquello que
nos encadena, con nuestro desprendimiento mitigamos el sufrimiento del pobre y
nos reconciliamos con él.Sólo después de haber sido liberados de nuestra
esclavitud podemos amar al pobre de verdad y entonces, como decía S. Vicente
de Paúl, "cuando déis el pan al pobre pedidle perdón".
Un abrazo,
Miguel Angel y
Conchi.